Sería raro que estos enclaves no hubieran aparecido en uno o varios listados de ‘los pueblos más bonitos’ o con ‘más encanto de España’. Algunos han logrado, incluso, un muy bien merecido primer puesto.

Rutas Culturales de España selecciona cinco de las villas más singulares y hermosas de sus itinerarios. A los atractivos mencionados hay que sumar uno más: todas ellas son una puerta de acceso a los vericuetos de la Historia de España.


1. Santillana del Mar (Cantabria)

Ruta de RCE a la que pertenece: Caminos de Arte Rupestre y Prehistórico

Que conste que Santillana del Mar no es un secreto, sino todo lo contrario: el pueblo cántabro es conocido, conocidísimo, y lleva décadas atrayendo visitantes. ¿Cuánto tempo? Ni se sabe pero ya en 1938 el escritor francés Jean-Paul Sartre dejaba caer en su novela ‘La Nausea’ una frase que lo apuntaba: “Ahí (…) ahí está Santillana. El pueblo más bonito de España…”

Han pasado casi 100 años desde aquello y Santillana sigue encabezando, un año sí y otro también, los rankings de los pueblos más bellos de España. Mucha culpa de ello la tiene su encanto natural (está situado en el corazón de la verde campiña cántabra), sus calles empedradas (que no son muchas, apenas un puñado, y dibujan una almendra), la colegiata que cierra el pueblo por el norte (con 42 capiteles de espectacular estilo románico en su claustro) y un generoso repertorio de tiendas que venden recuerdos y, muy importante, repostería, embutidos y demás delicias cántabras: sería una pésima idea visitar Santillana y no regresar con sobaos pasiegos, quesadas o salchichón de jabalí.

Más allá de esos y otros encantos (arquitectura popular de piedra y madera, casas muy nobles con blasones), Santillana tuvo la suerte de nacer junto a uno de los primeros museos de la historia de la humanidad. Y no es una exageración: a apenas 2,5 kilómetros del pueblo, en lo alto de una colina se encuentra la cueva de Altamira, una de las muestras de arte rupestre más bellas y conmovedoras. Fue descubierta en 1879 y el impacto fue tal que Marcelino Sanz de Sautuola (el vecino de Santillana que la presentó al mundo) fue tomado como un embaucador durante años. La neocueva, una reproducción fiel de la covacha original, y el interesante museo anexo permite conocer las pinturas y los méritos de aquellos primeros artistas.


2. Albarracín (Teruel, Aragón)

Ruta de RCE a la que pertenece: Camino del Cid

Ocurre que cuando un pueblo tiene un perfil espectacular y ha sido, en el pasado, un fortín inexpugnable toca subir cuestas. En Albarracín ocurre todo ello (incluyendo lo de escalar por las cuestas), pero poco importa pues se hace con el gusto de quien descubre un pueblo único, de piedra colorada (el mismo color, claro que los estratos que emergen de las montañas próximas) y que se retuerce como una serpiente , adaptándose, como puede, a un terreno caprichoso.

Encajonado entre los relieves de la sierra de Albarracín y los Montes Universales, Albarracín aprovechó el espacio, escaso, creado por el río Guadalaviar para construirse. Estas dificultades para levantar una ciudad en un lugar imposible se perciben en todos los rincones y monumentos: en su Catedral –levantada en el XVI sin apenas fachada pues no había espacio físico-; en el castillo y las murallas que trepan por los cerros o en el Portal de Molina, la calle en la que los aleros de las casas parecen chocar entre sí, de tan cerca que están. Por cierto, es ahí donde se encuentra la casa de la Julianeta –todo un desafío a las fuerzas de la gravedad- o la torcidísima casa de los Navarro.

Albarracín es uno de los lugares por los que pasó el Cid en sus idas y vueltas por la geografía de una España dividida entre moros y cristianos. En estas tierras, el héroe castellano recibió un lanzazo en el cuello que casi le mata por lo que pocas ganas tendría de conocer otros tesoros que esconde la zona como los pinares de Ródeno o el acueducto romano de 25 kilómetros de largo que conduce hasta otro pueblo cidiano, Cella. Diez de esos kilómetros fueron excavados, literalmente, en las paredes del cañón del Guadalviar, alumbrando una de las obras de ingeniería romanas más singulares de Europa. Basta recorrer la carretera A-1512 para descubrir los inquietantes boquetes practicados en los muros.

3. Hervás (Cáceres, Extremadura)

Ruta de RCE a la que pertenece: Ruta Vía de la Plata

Aunque Hervás es el destino, no hay que obviar su contexto: este encantador pueblo extremeño se ubica en valle de Ambroz, un privilegiado paréntesis entre la sierra de Béjar y el valle del Jerte, famoso por sus floridas primaveras. Otro dato sobre su emplazamiento: Hervás se ubica en las orillas de la Ruta Vía de la Plata, el sendero que popularizaron los romanos y que corta, de norte a sur, el oeste de España.

El corazón de Hervás es su judería, acaso uno de los barrios hebreos más atractivos de España. La trama urbana de ésta hunde sus raíces en la Edad Media lo que explica este fenomenal laberinto de callejuelas y casas bajas con amplios voladizos para protegerse de los rigores climatológicos de la sierra de Béjar: veranos muy cálidos, inviernos fríos y húmedos con abundancia de lluvias.

Hervás no conserva su sinagoga (los judíos fueron expulsados por los Reyes Católicos en 1492) pero sí una iglesia que señorea (e intimida) el paisaje: Santa María de la Asunción de Aguas. El templo de grandes muros ciegos parece, en realidad, un castillo pues fue cimentada por los monjes guerreros más populares del Medievo, los caballeros templarios.


4. Osuna (Sevilla, Andalucía)

Ruta de RCE a la que pertenece: Caminos de Pasión

Cuando la España que conocemos no existía y la Península Ibérica era una sopa de tribus dispersas, los terrenos sobre los que se levanta Osuna ya acogían algo parecido a una ciudad. Eso ocurría hace 3.000 años, cuando los tartessos pululaban por aquí. Luego vendrían más moradores: romanos, godos, musulmanes y cristianos que dejarían sus huellas (y fragmentos de sus edificios) en lo que es uno de los pueblos del corazón de Andalucía más manejable y encantador.

Es fácil describir Osuna porque responde a la imagen (idílica) que se tiene de la Andalucía rural: un conjunto de casas pálidas apiñadas en torno a un cerro (y sobre éste, la gigantesca monumentalidad de la colegiata de Nuestra Señora de la Asunción respaldada por la Universidad de la Purísima Concepción) y todo ello rodeado por un ordenado ejército de olivos. Entre las casas, palacios y casas señoriales; más, muchísimos más, edificios religiosos y, espaciando todo ello, la plaza Mayor. ¿La fórmula para conocerlo? Pasear y pasear.

Osuna permanece, en su sitio, todo el año. De ahí no se mueve. Pero hay un momento absolutamente único y especial para conocer la cara más mística de la villa: durante las celebraciones de Semana Santa, cuando las iglesias vuelcan su contenido artístico en las calles (con tallas de artesanos insignes como Juan de Mesa o José e Mora) y las hermandades pasean los pasos con un estilo único, el ursaonés, que sólo se da aquí.


5. Medina de Pomar (Burgos, Castilla y León)

Ruta de RCE a la que pertenece: Rutas del Emperador Carlos V

Es sencillo llegar a Medina de Pomar porque la localidad burgalesa se levanta en una encrucijada de caminos que llegan desde los cuatro puntos cardinales. Es fácil porque domina un llano tallado por dos ríos, el Nela y el Trueba, en el corazón de la comarca de las Merindades. Este es un territorio burgalés más próximo al mar Cantábrico que a los mares de cereal que caracterizan la gran meseta española.

De entrada, por aquí, por el arco de la Cadena pasó el emperador Carlos V cuando venía de Laredo y se dirigía a un monasterio de Extremadura a jubilarse tras una vida, digamos, algo ajetreada: tuvo que gestionar uno de los más extensos imperios de la historia. A Carlos V le fue fácil llegar a Medina pero le costó abandonarla porque arrastraba una indigestión que le postró en cama un fin de semana completo de 1556.

La enfermedad le mantuvo a Carlos V en cama pero, de haber hecho turismo, habría conocido el castillo de los Velasco (siglo XV) que, salvo por una docena de diminutas ventanas, parece de piedra maciza; sus iglesias románicas (y se habría estremecido ante la diminuta ermita de San Millán, del siglo XII) o la casa de los Salinas, hermoso ejemplo de edificio noble y blasonado.

Tal es la vinculación con el emperador que, una vez al año, en la segunda quincena de septiembre, se celebra una recreación histórica de diversos momentos de su vida. Entre ellos, destaca la entrada de la corte de Carlos V, acompañada por las autoridades de Cantabria, llega a Medina de Pomar, con más de 200 personas vestidas de época recibiendo al Emperador.

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