En Rutas Culturales de España abundan los espacios abiertos y los cielos infinitos; los bosques, senderos o ríos en los que ocurrió este o aquel acontecimiento histórico. Nuestros cinco itinerarios están repletos de las localizaciones reales de una película con muy buenas críticas titulada ‘Historia de España’ con un presupuesto exagerado (su rodaje llevó nada menos que unos 40.000 años) como para verla en dos o tres tardes de ‘sofa y mantita’.
Hay muchos atractivos de Rutas Culturales de España que se esconden en museos. Estos son los sitios ideales en los que profundizar tras jornadas de carretera, aventuras y polvo. Hemos seleccionado cinco piezas curiosas de cinco museos de nuestras rutas para quienes la historia de España puede ser algo tan vibrante como una superproducción de Hollywood.
1. Museo de Burgos: la espada (o puede que no) del mismísimo Cid
Es raro el objeto tocado o poseído por el Cid que, con el paso, del tiempo no haya sido motivo de culto, desconcierto o polémica. Ocurrió con su caballo (cuyos restos se buscaron, sin éxito, hace unas décadas), con sus propios huesos -que, todavía, andan desperdigados por varios sitios, amén de descansar en una de las dos (¡) tumbas oficiales con las que cuenta- y ocurre con su espada Tizona, la más famosa. El arma se exhibe en el Museo de Burgos y los debates en torno a su autenticidad duran ya varios siglos.
Efectivamente, se trata de una espada medieval de acero fechada en el siglo XI; que se encuentra en un muy buen estado de conservación y que hace seis siglos ya se mencionaba como la auténtica Tizona. Por si hubiera alguna duda, tiene una inscripción que reza: “IO SOI TIZONA FUE FECHA EN LA ERA DE MILL E QUARENTA”.
Una curiosidad: en algún momento del siglo XV se le practicó al arma un canal central que posibilitaba que cuando la espada penetrara en el cuerpo del enemigo, la sangre de este fluyera con fluidez hacia el exterior.
El Camino del Cid, por supuesto, recorre no sólo los pasos del personaje literario e histórico sino, también, los lugares que siguen siendo escenario de debates como este de la espada. Por poner un ejemplo: cuando llegue al cercano monasterio de San Pedro de Cardeña, pregunte por el lugar (y la historia) en el que se buscaron los restos del caballo Babieca. Ya verá, ya…
2. Museo Arqueológico de Asturias: en la cara, un bisonte; en la cruz, un cachalote
Caminos de Arte Rupestre Prehistórico no sólo bucea en las obras de arte pintadas (o talladas) en cuevas o abrigos rocosos, sino también en toda la diversidad de formatos que utilizaron nuestros antepasados para inmortalizar (nunca mejor dicho) sus inquietudes artísticas. El Museo Arqueológico de Asturias recoge una gran cantidad de estos, pero hay uno que brilla con luz propia por tres razones: por su (reducido) tamaño; por la maestría de quien lo trabajó y porque es lo más parecido a una joya o un amuleto que tuvieron nuestros antepasados de las cavernas.
Se trata de un diente de cachalote grabado con pericia y sensibilidad artística. En una cara, tallaron el perfil de un bisonte. En la cruz, el de un hermoso cachalote o puede que fuera una beluga. Se sabe, también, que fue elaborado en sobre el año 14.500 a.C. y desenterrado en la cueva de Las Caldas, a apenas 7 kilómetros del centro de la ciudad asturiana de Oviedo y a más de 30 kilómetros del mar, el hábitat del mamífero dueño del diente.
La curiosidad: a pesar del escaso tamaño del diente de cachalote (7 cm por 3,2 cm), los artistas no escatimaron en detalles (como el pelo tupido bajo el pecho del bisonte), lo que ha permitido identificar las especies que retrataron con la pericia de un fotógrafo. Hay muchos ejemplos en el arte prehistórico de representaciones de mamíferos rumiantes pero pocos de animales marinos como los cachalotes. ¿Por qué? Puede ser por muchas razones pero hay una rabiosamente lógica: nuestros antepasados sólo podían apreciar un mamífero marino en su totalidad cuando estos se quedaban varados (y morían) en la arena.
3. Museo de la Semana Santa de Puente Genil: Muerte, demonios… y puros
Hay tantas celebraciones de Semana Santa como localidades encierra un mapa. Puente Genil no sólo no es una excepción sino el mejor ejemplo de la personalidad propia que puede llegar a tener una celebración tan universal. De entrada, su nombre popular: La Mananta, un derivado fonético del término ‘Semana Santa’, popularizado por un popular personaje de la villa: el Nene. En el Museo se la Semana Santa de Puente Genil hay un óleo de su rostro en su recuerdo pero no es el único objeto interesante que guardan sus cuatro paredes…
Esto nos lo cuenta Caminos de Pasión, la ruta semanasantera y barroca de Rutas Culturales de España, diseñada para dar a conocer y poner en valor las celebraciones de Semana Santa de 10 pueblos del corazón de Andalucía así como su patrimonio histórico, gastronómico o patrimonial.
La curiosidad: los ‘rostrillos’ son una de las señas de identidad de la Semana Santa de Puente Genil y, como tal, están más que presentes en el museo. Son caretas de cartón-piedra y escayola que evocan a toda una pléyade de personajes bíblicos y lo hacen con un estilo artístico propio, muy reconocible y autóctono. En el museo de Puente Genil hay que rastrear los rostrillos más misteriosos e inquietantes como la tez dramática de Judas, la calavera de la Muerte, la mueca burlona del Demonio o aquellos que utilizan los niños en la Semana Santa Chiquita: rostrillos en miniatura, tan barbudos y melenudos como si pertenecieran a adultos.
La curiosidad (y 2): Seguramente no haya en toda España una procesión en la que unos nazarenos recorran las calles fumando un puro. En Puente Genil ocurre: son los Picoruchos, también presentes en el museo.
4. Museo Nacional de Arte Romano de Mérida: Un falo marca el lugar
No es ningún secreto que los romanos fueron capaces de todo. Crearon el mayor imperio europeo de la Antigüedad; crearon la primera red de carreteras de la historia (tan bien diseñada que seguimos utilizando muchos de sus itinerarios) y allá a donde fueron volcaron sus conocimientos de ingeniería (como demuestran los acueductos que han llegado a nuestros días) o su pasión por la buena vida, importando viñas y construyendo termas allá donde quisieran hacer la vida más llevadera. Todo esto lo sabemos gracias a la Ruta Vía de la Plata, la máquina del tiempo de Rutas Culturales de España que permite viajar al mayor itinerario balizado de restos romanos del país, desde Sevilla hasta Gijón.
El Museo Nacional de Arte Romano de Mérida tiene doble interés. El edificio que lo acoge (obra del arquitecto Rafael Moneo) es tan estimulante como la colección de arte romano que guarda: (casi) todos los hallazgos arqueológicos realizados en la antigua ciudad romana Augusta Emerita.
La curiosidad: Tampoco es ningún secreto que los romanos tuvieron una cultura sexual sensiblemente diferente (por llamarlo de alguna manera) a la nuestra. Sabemos mucho de ella no sólo por los escritos sino, también, por esculturas, frescos, mosaicos o amuletos que han llegado a nuestros días. En el Museo de Mérida se exhibe (entre numerosas piezas erótico-festivas) un símbolo fálico esculpido en un guardacantos de tráfico que se emplazaba en la esquina de una vivienda. Servía de indicador para llegar (con éxito) a un prostíbulo y, también, como amuleto de buena suerte para aquellos transeúntes que tenían la suerte de verlo.
5. Museo Nacional de Escultura de Valladolid: El busto (feo) del emperador
No es justo reducir la grandeza de un museo a una única pieza. Y cuando el museo es el Nacional de Escultura de Valladolid, mucho menos. Los textos oficiales dicen que es el más importante de España en su campo aunque, oficiosamente, es bastante más que eso: parece un cine en el que se proyectan cien películas a la vez. Y, lo mejor de todo, es que esos 100 filmes son proyectados en un estupendo sistema 3D: parece que los demonios representados ansían agarrar tu cuello; los santos, tocar tu frente; o los reyes, aguantar la mirada hasta que alguien la retire antes.
Así, es lógico que el mejor museo de su especie guarde un busto de uno de los reyes de España más inmortalizados en lienzos y esculturas: Carlos I de España (o Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico). Además, Valladolid fue una ciudad íntimamente ligada al emperador: por aquí pasó cuando tenía 20 años tratando de conseguir todo el dinero posible para competir contra Francisco I de Francia por la corona de emperador (que consiguió); y por aquí se dejó ver varios días en su camino hacia el monasterio de Yuste (y su jubilación) cuando tenía 56 años: Valladolid fue la última gran ciudad que pisó antes de guarecerse en las sombras de Yuste. Esta y otras historias las cuentan en las Rutas del Emperador Carlos V, que siguen las huellas (y los secretos) del hombre más poderoso de su tiempo.
La curiosidad: No es raro, entonces, que el museo guarde una de las muchas obras que le retrataron: una escultura de un Carlos V de apenas 20 años con pose ensimismada, mentón y mandíbulas prominentes, y mirada ingenua. El magnetismo de la obra reside, precisamente, en eso: retrata a un ser humano en vez de a un futuro emperador y hace justicia a aquello que se escribió en su tiempo: “Su mayor fealdad era la boca, porque tenía la dentadura tan desproporcionada con la de arriba que los dientes no se encontraban nunca”.